La construcción de utopías en el “afuera”

“El blanco está preso en su blancura. El negro en su negrura”, escribió Frantz Fanon y esa prisión tiene que ver con el “adentro” y el “afuera” donde cada uno es situado y donde se resigna a estar.

(Texto para la revista de educación popular de la escuela Palenque de Egoya | Pereira, Colombia | 2016)

“Es un hecho: los blancos se consideran superiores a los negros.
Es también un hecho: los negros quieren demostrar a los blancos,
cueste lo que cueste, la riqueza de sus pensamientos, la potencia igual de su mente.
Todo pueblo colonizado, es decir, todo pueblo en cuyo seno
ha nacido un complejo de inferioridad debido al entierro
de la originalidad cultural local, se posiciona frente al lenguaje de la nación civilizadora,
es decir, de la cultura metropolitana.

El colonizado habrá escapado de su sabana
en la medida en que haya hecho suyos los valores culturales de la metrópoli.
Será más blanco en la medida en que haya rechazado su negrura, su sabana”.

Frantz Fanon. Piel negra, máscaras blancas

 

La construcción colonial de la idea racial es de una complejidad abrumadora. Nada es tan difícil de desmontar como una mentira -como unas razas frente a otras cuando no existen las razas- cocinada durante siglos con la inestimable colaboración de iglesias, escuelas, medios de comunicación y familias cuando sirve al pensamiento hegemónico. Empecemos por ahí. La hegemonía no es más –ni menos- que la cristalización de una operación increíble por la cual el pensamiento de una minoría se convierte en el de la mayoría, naturalizando ideas que, aunque nocivas para esas mayorías, aunque generadas desde los aparatos narrativos de los victimarios son acogidas con fervor por las víctimas. Son ideas, conceptos, cargados de sangre pero, ante todo, generadores de exclusión. Conceptos que sacan a grupos humanos completos de la historia, que los dejan en un “afuera” que les usurpa su humanidad y los reduce, como escribiera Bauman, a “poblaciones superfluas”.

La raza y el patriarcado ha sido dos de los conceptos que más gente han expulsado de la humanidad, de una humanidad selecta que fue determinada por unos invasores con un perfil jerárquico muy concreto: varones blancos, europeos, cristianos, heterosexuales y capitalistas. Todas las variables que se salen de ese patrón de dominación fueron siendo excluidas y combinadas en Nuestra América y el peor resultado de esas permutaciones sería ser una mujer negra, transexual, animista y desmonetarizada.

No es casual. El racismo no es el fruto de una evolución/involución cultural. Tampoco es el resultado de la “evolución de las especies”, como afirmara un racista Charles Darwin convencido de la supremacía blanca. Tampoco es mala suerte o un azar divino. El racismo, como el patriarcalismo, son estructuras sólidas y complejas tejidas por el pensamiento hegemónico para desarrollar un sofisticado sistema de explotación laboral, sexual y cultural imprescindible para el capitalismo moderno y para –y este es el otro gran concepto excluyente- “el desarrollo”. Un desarrollo que, conjugado sólo desde la centralidad del eurooccidentalismo, se entiende sólo en claves materiales de acumulación, despojo e individualismo rayano con el fascismos sociológico.

Gramsci diría que ante un pensamiento hegemónico hay que imponer otro pensamiento hegemónico, pero yo, pasado el tiempo y los fracasos, prefiero no apostar a una sola carta, a una solución magistral para desmoronar esas estructuras excluyentes que por “total” corre el riesgo de ser “totalitaria”, como alerta Raúl Zibechi. O, en el caso étnico, se podría tener la tentación de caer en un esencialismo que haga de lo indígena o de lo negro un nuevo paradigma excluyente de otras realidades paralelas.

“El blanco está preso en su blancura. El negro en su negrura”, escribió Frantz Fanon y esa prisión tiene que ver con el “adentro” y el “afuera” donde cada uno es situado y donde se resigna a estar. Defiendo que ese “afuera” donde resisten las poblaciones de la afrodiáspora en esta América -que también es Indomaérica y Afroamérica- puede ser una oportunidad.

El racismo lleva en su genética el impulso que hace que “el colonizado” piense que “habrá escapado de su sabana en la medida en que haya hecho suyos los valores culturales de la metrópoli” y eso ha empujado a muchos movimientos étnicos a buscar el “adentro”. Mi hipótesis plantea que la autonomía, tan cacareada en las narrativas de la resistencia, sólo se puede concretar en el “afuera”, en la renuncia a estar en el “adentro”. Y es ahí, en las goteras del sistema, en la periferia, donde se puede consolidar propuestas decoloniales, no racializadas, no colonizadas, que vayan sembrando el futuro de una nueva civilización que no será un “otro mundo posible”, sino, como defienden los hermanos zapatistas, un entramado de “otros muchos mundos posibles” donde la diversidad, en lugar de un problema, sea el caldo de cultivo de proyectos políticos, humanos, étnicos, grupales y territoriales complementarios pero no iguales. El racismo, al igual que el patriarcado, nos engaveta en categorías que nos separan y nos aíslan. Los proyectos utópicos en el “afuera” que no aspiran a conquistar el adentro son la posibilidad de ser todos equivalentes en la diferencia.